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viernes, 8 de junio de 2018

Un paso más cerca de la resurrección celular

Por Elizabeth Almeida

Un equipo de científicos de la Universidad de Charité de Berlín y la Universidad de Cincinnati, liderado por Jens Dreier, encontró la manera para hacer un estudio pionero que proporcionara importante información sobre la neurobiología de la muerte. Titularon el estudio "Despolarización de la difusión terminal y el silencio eléctrico en la muerte de la corteza cerebral humana", y para realizarla obtuvieron primeramente el consentimiento de los parientes de un grupo de pacientes con condiciones que requerían un monitoreo neural invasivo.

Todos ellos habían sufrido accidentes de tráfico, accidentes cerebrovasculares y paros cardíacos, y existía una orden de no resucitarlos. Al trabajar con esos pacientes, los científicos encontraron que los cerebros de los animales y los humanos mueren de una manera bastante similar y ratificaron también que hay un período bastante prolongado en el que la restauración del funcionamiento del cerebro es, hablando de manera hipotética, posible.

Y es que el objetivo final del estudio no era solamente observar y registrar los momentos finales de la vida de una persona, sino intentar comprender cómo se podría salvar de la muerte en el último momento a otros seres humanos en el futuro.

Gran parte de lo que se conocía de la muerte cerebral antes del trabajo de esos científicos, era producto de algunos experimentos con animales realizados en el pasado siglo XX. Pero el equipo deseaba obtener más detalles sobre lo que ocurría en el caso de los humanos, algo que seguía plagado de enigmas.

Con ese objetivo, monitoreó la actividad neurológica en los cerebros de los pacientes que no debían ser resucitados usando una variedad de tiras de electrodos o de matrices a medida que avanzaban los acontecimientos. En primer lugar, en ocho de cada nueve delas personas, el equipo detectó el destello de las células cerebrales que intentaban detener la muerte.

Básicamente, las neuronas funcionan cargándose de iones, promoviendo desequilibrios eléctricos entre ellos y su entorno lo que les permite generar pequeños choques que constituyen sus señales. Y mantener ese desequilibrio, según escribieron los autores, es un esfuerzo constante.

Para alimentarlo, las células beben del torrente sanguíneo, obteniendo oxígeno y energía química. Cuando el cuerpo muere y el flujo de sangre al cerebro cesa, las neuronas que ya no tienen oxígeno intentan acumular los pocos recursos que les quedan, explican los investigadores.

Enviar señales de un lado a otro es un verdadero desperdicio de esos últimos sorbos de vida y por lo tanto, las neuronas se callan, y en su lugar usan las reservas de energía restantes para mantener sus cargas internas, esperando así el retorno de un flujo sanguíneo que nunca llegará.

Como esto ocurre en el cerebro de manera simultánea sin propagarse gradualmente, se denomina "depresión no dispersa". A esto le sigue una "despolarización de difusión", que se conoce también como un "tsunami cerebral" e involucra una gran liberación de energía térmica pues el equilibrio electroquímico que hace que las células se mantengan vivas en el cerebro colapsa, lo que lleva a su intoxicación y final destrucción.

Fue entonces cuando les llegó la muerte. Pero, como el estudio reveló, puede que algún día este proceso no sea tan inevitable como lo es ahora. Los datos conseguidos con este innovador estudio, publicado en la revista especializada Annals of Neurology, demarcan el punto preciso en el que la resurrección celular continúa siendo posible.

Sin embargo, todavía queda mucha más investigación por realizar antes de que esto se convierta en una realidad. Dreier señalaba que, como la muerte misma, esa faceta neurológica es un fenómeno bastante complejo para la cual no hay respuestas fáciles.