El milagro de Tailandia
Hace unas semanas conocíamos que un grupo de adolescentes se había quedado en una cueva, atrapados, con los accesos cortados por el agua. No sabían nadar, no tenían agua ni comida, y además no veían nada. Tardaron días en encontrarles, y cuando finalmente lo hicieron, la alegría inicial de haberles encontrado vivos se desvaneció, apareciendo la duda: ¿podrían sacarlos de ahí?
Las lluvias del monzón amenazaban – acechan aun – con inundar los millones de litros que se han bombeado del pasadizo de acceso. Los niños apenas sabían nadar, mucho menos bucear. Y la cueva estaba quedándose sin oxígeno. Pero estaban vivos, y era algo, y a toda costa se tenía que intentar salvarlos. En este intento murió un buzo de los rescatistas, demostrando a todo el mundo que la tarea de sacar a los pequeños de las entrañas de la montaña no serían nada fáciles.
Pero las autoridades, los expertos y sobre todo las familias no han desistido ni perdido la esperanza. Y ahora pueden empezar a saborear una pequeña victoria: unos cuantos niños ya han salido de la cueva, y se espera que los demás puedan seguir los pasos de sus compañeros y reunirse con sus familiares, que les esperan fuera, ansiosos.
Son ocho los pequeños que han salido a la luz del día. Cada uno de ellos iba acompañado por dos buceadores. En diversos puntos de la alargada cueva habían colocado bombonas de oxígeno para evitar quedarse sin. Una cuerda unía el inicio y el final de la ruta. Dentro quedan otros cuatro y el monitor, que esperan ser rescatados.
La cueva de Tham Luang se quedará para siempre en la memoria de estos chicos y en la de su entrenador. Quizá, en el futuro, serán prudentes a la hora de adentrarse en los oscuros secretos de la montaña, y recordarán los angustiosos días de oscuridad, cuando nadie sabía donde estaban. Pero por ahora, les tocará recuperarse, comer y dormir, además de cuidar su salud como cada uno lo necesite. Y disfrutar de la alegría de poder ver de nuevo a sus familias, que tan preocupadas por ellos estaban.